El niño de aquella vieja foto

El niño de aquella vieja foto

Obra ganadora de la Pluma de plata del I Premio de Periodismo Deportivo Ciudad de Marbella ha recaído en la obra “El niño de aquella vieja foto” de Daniel Marín García.

La historia de Álvaro Sánchez de la Vega, uno de los aficionados malaguistas más longevos en vida y al que hemos podido localizar tras ubicarlo en esta instantánea tomada en el estreno de La Rosaleda hace 80 años.

Por Daniel Marín

Álvaro Sánchez de la Vega nació en Calle Nueva hace 92 años. Desde hace más seis décadas reside con su mujer en la malagueña Postigo de Arance, colindante con Carretería y a un paseo del estadio La Rosaleda, lugar al que ha peregrinado durante toda su vida para amontonar sueños y desventuras en sus retinas. Recita los onces del CD Malacitano como aquellas oraciones que de pequeños nos exigían aprendernos en la escuela y tiene una memoria que es un don divino por su excelencia. Es como si la misma estuviera ordenada en cajones a mano dentro su propio cerebro. Tal vez le ayudó la ardua tarea vital de recopilar en un fichero las biografías y dibujos de todos y cada uno de los jugadores que han vestido nuestra camiseta blanquiazul desde 1939 hasta ayer mismo.

Es en ese año en el que la Guerra Civil española mojaba su pólvora cuando centellean los primeros recuerdos de Álvaro como malaguista, una fidelidad que nunca ha dejado quebrantar. Anécdotas de sus andanzas con la Peña Los Cafres en los Baños del Carmen y de cómo se las ingeniaban para ver los partidos del Malacitano desde el monte. Tenía diez años mal contados. Su primer encuentro fue tal vez uno ante el Sabadell, también en el Balneario: “No me acuerdo del resultado, pero sí de que había un futbolista negro, Betancourt”. Su memoria es infalible: Francisco Betancourt Cocinero jugó aquel partido.

El temporal que dejó inservible los Baños del Carmen accidentó el estreno de La Rosaleda, del que se han cumplido 80 años en este 2021. Y allí estaba Álvaro, infatigable, viviendo los cinco goles del ‘Pistola’ a la Ferroviaria o el bautizo oficial contra el Sevilla. “El primer futbolista que pisó el césped fue Navés, portero del Málaga que luego se convirtió en un reputado médico especializado en lesiones de menisco en Barcelona y que nunca cobró a los jugadores del Málaga por su pasado”. Las historietas de unos y otros embellecen todos los cuentos narrados con desenvoltura por el leal aficionado blanquiazul.

Álvaro no recuerda con nitidez cuál fue el partido de la foto que ilustra este reportaje. Se trata de un encuentro de Segunda jugado en diciembre del 41, por lo que tuvo que ser ante el Betis (2-2), o ante el Cartagena (1-3). Y, aunque él iba al fútbol solo, sí que reconoce a varios de los que le rodean, ya fallecidos. “Está Guerrero, que su hermano era policía secreta; Alarcón, de la gestoría de Espartero; el dependiente de la Carnicería Blanco y Negro de Calle Compañía; el mozo de publicitaria Diana…”, enumera estrujándose la memoria. Sí recuerda que la instantánea se la hizo “un tal Martín”, que también hacía fotos en las

plazas y luego las vendía. “Un día, a los pocos meses de aquel partido, paseando por Calle Larios vi la imagen en el escaparate de la Papelería Imperio y la compré por una peseta”, rescata. El destino le hizo tropezar con el que hoy, 80 años después, es uno de sus recuerdos vitales más valiosos.

“A los pocos meses de aquel partido, paseando por Calle Larios vi la foto en la Papelería Imperio y la compré por una peseta”. El destino le hizo tropezar con ella

El fútbol fue su pasión, pero nunca su profesión en potencia aunque rompiera zapatos por doquier jugando a la pelota en los jesuitas de San Estanislao, en Pozos Dulces. En el 43 dejó los estudios y heredó de su padre el gen comercial para trabajar durante 32 años en Olivetti. Para entonces ya era socio del Málaga en Preferencia. El abono infantil valía ocho pesetas, y él se remangaba los pantalones y se hacía pasar por chavea: “Yo era muy bajito, así que entré durante muchos años como infantil. Pagaba menos y nadie me decía nada”.

Son innumerables los partidos a los que Álvaro ha asistido: “El que más disfruté fue el 6-0 al Real Madrid, en 1953. O los encuentros del primer ascenso a Primera en 1948. ¡Teníamos a Cabrera, un extremo muy bueno que nos cedió el Madrid! O los 9 goles de Bazán, uno de los mejores junto a Sergio Rodríguez. A Bazán le venía muy bien Roldán, que recibía de espaldas y le abría muchos espacios”. Tampoco se olvida del ascenso en Bilbao con los dos goles de Viberti… Ni de jugadores como Fleitas o Guerini, entre otros muchos. Muchísimos.

Álvaro sigue yendo al estadio, acompañado ahora por su hijo, “un fiebre”. Lo hace a pie cuando el tiempo y el horario se lo permiten: “Me da coraje porque ponen los partidos muy tarde”. Del Málaga actual le gusta Sandro: “Nos va a durar menos… Las estrellas nunca nos han durado”. Y Weligton: “¡A ver cuándo se nacionaliza!”. Y se acuerda con cariño de Ochoa, rival esta noche: “Nos salvó el año pasado”.

Álvaro sigue yendo al estadio, acompañado ahora por su hijo. Lo hace caminando cuando el tiempo y el horario se lo permiten

Otros recuerdos imborrables son los vividos gracias a la Champions. “Es cuando más he disfrutado, tengo todas las bufandas de los partidos”, presume orgulloso, aunque se crispa, con elegancia eso sí, al recordar: “Estábamos entre los ocho mejores de Europa, pero luego nos sancionaron, no pudimos disputar ni la Europa League y la jugó el Sevilla… ¡Y al Sevilla no lo trago! Nunca nos ha ayudado”. Así, y aunque reconoce que fue en Dortmund cuando más sufrió, recuerda con especial drama dos descensos a Segunda, el de la fatídica Liguilla de seis equipos en 1951, y otro en el que precisamente el Sevilla se dejó perder para perjudicar al Málaga.

La vida de Álvaro está teñida de malaguismo por sus esquinas. Desde aquellos primeros cruces en los vestuarios de los Baños del Carmen con Junco, Chales, Mendaro y compañía, a las bufandas del Milán, del Oporto o del Dortmund. Y todo vivido, gozado y sufrido en primerísima primera persona y almacenado para nuestro goce y el de los malaguistas que lo rodean en una memoria cristalina. Álvaro Sánchez de la Vega es el niño de aquella vieja foto, un niño que se hizo abuelo en la grada de La Rosaleda.

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